Aguanta
Aguanta, en la tormenta hay que matarse para matar, envolver la inocente victoria en confesión de venganza.
¡Hombres! Las velas abiertas al universo nos reclaman en gloria. Nuestro canto invita a la pelada, que raja el cielo y abre la mar.
¡Truhanes! el honor robado, es la reliquia que atesoramos en mascarón de sirena tuerta y bien abollada.
Es que la calavera siempre nos sonríe desde la oscura altura; se burla, llora, ríe, refleja hasta por si acaso el alma vendida.
En este viaje sin cuchillo, sé que mis besos no los sientes como antes, menos mi cariño que vive en una flor seca atrapada en cartas limpias de salvajes rumores... una pausa en el andar.
¡Rotos salvajes! Diremos que en el hundimiento de la aventura, con risa la maldad nos acuchichea desde el jardín sin nombre.
Entonces, con la sombra al hombro, se nos rayará sobre la espalda una dis-culpa,
-una inescrupulosa caricia, sinceridad;
Será nuestro último aliento, uno gélido - milenario,
Una sentencia lejos de la horca, evidenciando la ignorancia de una pluma que se perdió en el mar.
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